jueves, febrero 16, 2006

Arminio repaso su atuendo por ultima vez: botas limpias, grebas correctamente colocadas, coraza ceñida, yelmo pulido... Un momento, se olvidaba de su anillo de caballero, no queria que Varo pensara que despreciaba el honor que los romanos le habian hecho al convertirlo en miembro del orden ecuestre. Ademas le encataba ver las miradas resentidas de tantos legionarios, especialmente de los oficiales.
Abrio un pequeño cofre donde guardaba ciertos objetos personales de pequeño tamaño como sus dientes de leche y algunas joyas de su botin de Dalmacia y traspaso la puerta de su tienda.
Era una noche sin luna, y solo la luz de las hogueras iluminaba el campamento. Su escolta , hombres fieles que habian servido con el en Dalmacia le aguardaba con antorchas encendidas para guiarle hacia la tienda de Varo, en medio de las ordenadas filas de tiendas.
Durante el trayecto, Arminio volvio a preguntarse a si mismo si no estaba destinado a fracasar. Una ciudad de diezmil almas levantada en medio de la nada en solo una tarde. Por supuesto para un romano llamar ciudad a un campamento legionario era ridiculo, pero para los compatriotas de Arminio, para los que una aldea de cien habitantes era casi una metropolis, era algo sobrecogedor. Aun lo era para él, y lo habia visto docenas de veces.

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